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Las aldeas de las Beiras, un genuino y senil encanto
Con pocos habitantes y sin invasiones turísticas, esta región es uno de los destinos más calmos y atractivos de Portugal
Si alguien se atreviese a dibujar el skyline de la Raya no tendría más remedio que destacar las altivas torres de sus castillos medievales, estratégicamente distribuidas a lo largo de la frontera para que reyes y terratenientes durmiesen más tranquilos. Aunque no siempre fue así. Moros y cristianos y castellanos y portugueses intentaron tomarlas escribiendo leyendas dignas de contar en cada aldea. Especialmente en las de las Beiras, donde hoy reina la paz y la esencia más genuina y senil de Portugal.
Aún conservan historias de conquistas y tradiciones antiguas. Aún deslumbran por sus paisajes y su patrimonio, y por la simpatía de la gente que las habita. Las Beiras interiores están repletas de pintorescas aldeas cargadas de historias. Sin apenas vecinos y libre de un turismo masificado, se perfilan como uno de los destinos más calmos y atractivos del país con los que reencontrarse con la más auténtica Edad Media que aún pueda conservarse.
Baluarte de Almeida. Foto: FRAYLE.La Almeida defensiva
Para corroborar el senil encanto de las Beiras solo se necesita poner un pie en la defensiva Almeida, a menos de nueve kilómetros de la frontera castellana. Este pequeño caserío posee la más atractiva (y menos conocida) fortaleza de la Raya: un baluarte en forma de estrella que se terminó de construir en 1641 sobre los cimientos de una fortificación defensiva predecesora. Y que cayó en suspensión allá a principios del siglo XX, sumiendo en la más profunda oscuridad a Almeida hasta que el pueblo decidió hacer de su historia un recurso turístico y de sus calles, un museo.
Destaca su fortaleza, a la que se accede a través de las Portas de São Francisco, dos largas puertas separadas por un foso seco, y en cuyo interior se localiza el Quartel das Estradas, un edificio del siglo XVIII que aún sirve de vivienda militar. También su Museu Histórico Militar, construido en el interior de las casamatas, en un antiguo bastión. En él se puede recorrer un laberinto de 20 habitaciones subterráneas que servían de almacén, barracones y refugio de las tropas, y fotografiar las balas de cañón aplicadas en el patio central del museo, donde también se exponen cañones británicos y portugueses.
'Rua' de Almeida. Foto: FRAYLE.En menor estado de conservación se encuentra el castillo, hecho añicos durante un ataque francés al estallar las propias municiones de los británicos y portugueses. Todavía pueden visitarse los cimientos de esta fortaleza, y la antigua Real Academia de Equitación. Aunque si algo merece una visita es su propio casco antiguo, declarado monumento nacional y formado por casas antiguas de piedra con rincones floridos que invitan a espolear la imaginación.
El refugio judío de Trancoso
Un laberinto de callejones empedrados dentro de las murallas del siglo XIII que mandó a construir Don Dinis hacen de Trancoso un lugar pacífico en lo alto de la montaña. Y un delicioso retiro del mundo moderno. Una peculiaridad de la que ya presumió a finales del siglo XV, cuando se convirtió en refugio de los judíos españoles que huían de la Inquisición. Hecho por el que se pueden distinguir las casas de judíos por sus pares de puertas, una pequeña para la vivienda y otra grande para la tienda o el taller.
Casa do Gato Preto, en Trancoso. Foto: LUIS MOURA.Pero ésta no es la única historieta que guardan sus casones. Según cuentan los libros de historia, el rey portugués dio relevancia a este puesto fronterizo al casarse en Trancoso con la reina Isabel. Aunque si hay un nombre subrayado por las crónicas es el de Bandarra, un zapatero de finales del siglo XVI que podía adivinar el futuro y que contrarió a las autoridades al predecir el término de la monarquía portuguesa y la esperada de un Mesías. Poco después de que este profeta muriese, el joven Sebastião perdió la vida en una batalla bélica e inmediatamente Portugal cayó bajo dominio español.
Las calles de Trancoso se perfilan por una arquitectura medieval entre la que se cuela una rara torre morisca - nombrada como Torre de Menagem - entre las almenas del castillo y unas posibles tumbas visigóticas, con cavidades fantasmagóricas en forma de cuerpo humano, en la cara externa de las murallas. Bien merece una visita las Portas d’El Rei, la entrada principal a la aldea, coronada por el antiguo escudo de armas de la ciudad y desde donde parten unas murallas intactas de más de un kilómetro de longitud. Aún protegen un casco antiguo presidido donde también destaca esa vieja judiaria, con la antigua residencia del rabino, conocida como la Casa do Gato Preto, como imperdible (conserva puertas de Jerusalén y otras imágenes judías).
Sernancelhe. Foto: EDGAR JOHN.De Sernancelhe a Marialva pasando por Penedono
A 30 kilómetros de Trancoso se localiza Sernancelhe, una pequeña aldea edificada en piedra de color beis. Presume de conservar un barrio judío en el que aún se pueden contemplar cruces que marcan los hogares de los conversos y casones de los siglos XVII y XVIII, entre el que alardea de haber acogido el alumbramiento del mismísimo marqués de Pombal. Mención especial requiere su iglesia, del siglo XIII, por poseer la única escultura románica independiente de Portugal, y sus montañas, entre las que florecen - dicen - los mejores castaños del país.
Siguiendo otros 16 kilómetros queda Penedono, una aldea de paso en la que hacer una parada para descubrir su fabuloso castelo. Una construcción defensiva roquera con forma hexagonal irregular y pintorescas almenas que data del siglo XIII, y desde la que vislumbrar una bonita panorámica de Planalto das Mesas. Aunque si alguna aldea impresiona es la de Marialva, a 25 kilómetros al sureste. Este pequeño caserío está dominado por un amenazador castillo del siglo XII que monta guardia en el escarpado valle del río Cõa. Bajo sus muros se extiende un pueblecito evocador, poblado casi exclusivamente por viudas enlutadas que tejen en su sombra intemporal. Y que subrayan ese senil encanto que poseen las aldeas de la Beirã.
Marialva. Foto: NUNO BERNARDO.