Cultura

De contrabandista a cargos públicos: así evoluciona la mujer trabajadora rayana

Las féminas españolas y portuguesas aún tienen un largo camino que recorrer

La figura de la mujer siempre ha sido imprescindible en la Raya. Ellas han trabajado de sol a sol, desde que salía por España hasta que se escondía por Portugal. En la casa, en el huerto y como contrabandistas. Pero el paso de los años, la apertura de la frontera y la evolución de la sociedad les ha llevado también a ocupar los puestos más altos de la dirección, sin perder de vista los claveles que le lleven hasta la verdadera igualdad.

Mientras que el hombre de la casa se iba a trabajar fuera, a la finca que le diese un jornal con el que llevar el pan para su familia, la mujer se quedaba cuidando del hogar familiar. Tenía que encargarse de que la comida estuviera a punto y caliente para cuando llegase él, que sus hijos no tuvieran ninguna necesidad y que la casa pareciese impoluta. Pero había más. A la lista se añadía encargarse del laboreo del huerto y el mantenimiento del ganado. Y en muchas ocasiones, también, el contrabando. La participación de las mujeres en esta actividad ilícita por la que se intercambiaba café, leche, huevos o arroz de un país a otro estaba muy generalizada. Por eso hoy se les considera la vieja savia de la raya hispano-lusa.

Pero todo esto comenzó a cambiar un 25 de abril. La famosa Revolución de los Claves -a la que le dio nombre el gesto de una mujer, Celeste Martins Caseiro – llevó a Portugal a instaurar una República en 1976 regida por una Constitución Portuguesa, que, en su artículo 13, consagra la igualdad de género convirtiendo la legislatura del país luso en uno de los sistemas más igualitarios del mundo. Aunque aún le queda mucho camino por recorrer.

“¿Si hacen el mismo trabajo, por qué tienen que ganar menos por ser mujer?”, reflexiona María Isabel González Mendes. Esta jubilada, hija de padre portugués y madre española, lo tuvo difícil para comenzar a estudiar. A caballo entre Valencia de Alcántara, donde vivían sus abuelos, y Lisboa, donde se encontraba la residencia familiar, tuvo que pelear mucho para conseguir una formación reglada. La Administración se excusó en que no tenía toda la documentación vigente y no le concedió el carné para seguir estudiando. “No me conformé con coser y me coloqué en una empresa inglesa con sede en Lisboa con mi formación básica. Por el día trabajaba y por la noche seguía estudiando para completar mi formación”.

María Isabel llegó a ser jefa de contabilidad en ventas en esta empresa internacional donde trabajó más de 40 años. Y donde, incluso, le dieron la oportunidad de seguir creciendo laboralmente. “En 1975 me fui tres semanas al sur de Inglaterra a estudiar inglés. Tenía que perfeccionarlo porque todos los manuales venían inglés, y todo lo que tenía que hablar con mis compañeros de Estados Unidos e Inglaterra era en inglés”, recuerda. Una suerte que también corrió Clara Melara Nunes. Con genes procedentes de Valencia de Alcántara y Galegos, Clara se fue muy joven a estudiar a Lisboa, donde hoy es profesora de Historia. “En mi profesión no siento discriminación. Si en un caso la hay, es en relación a los hombres maestros en infantil y primaria, niveles en los que, al menos en Portugal, hay más mujeres”, explica. “Tampoco he notado nunca infravaloración o descrédito por ser mujer. Ni cuando tuve cargos directivos”.

Pero a pesar de que ellas no encontraron trabas en sus caminos, ambas piensan que en la Raya aún queda mucho por hacer. “Con los apoyos que existen para la formación, las mujeres están cada vez mejor preparadas para trabajar donde quieran. Pero el mercado laboral no está fácil”, piensa Clara. María Isabel va más allá. “La mujer en España, al igual que en Portugal, está mucho más esclavizada”, lamenta. “Cuando fui a Inglaterra noté mucha diferencia, y en Finlandia aún más. Una diferencia abismal y horrorosa”, denuncia la mujer. Y es que, aunque se vayan alcanzando logros y cumpliendo cierta paridad, aún queda mucho por hacer. Aún hay cierto recelo por ser mujer. Aquel que nunca existió cuando eran ellas quienes se dedicaban, junto a las tareas del hogar, al laboreo del huerto, la cuida del ganado o una práctica clandestina; oficios de muchas.