En Ruta

De Peñafiel al De Luna: una expedición por la Raya más defensiva

El lado extremeño ostenta más de veinte castillos que ofrecen una visión del cordón protector que le escoltaba

No siempre la frontera entre los reinos de Portugal y España se caracterizó por las buenas relaciones de la actualidad. La Raya, más bien, fue una controvertida y enrevesada línea de castillos, fortalezas, ciudadelas amuralladas y espigadas atalayas que a lo largo de muchos cientos de kilómetros salvaguardaban cada reino. Y así, aquello que no podían detener las líneas divisorias naturales que conforman el Sever, el Guadiana o el Ardila, lo hacían fabulosas obras de la ingeniería militar del Medievo y la Edad Moderna a un lado y otro de la frontera. No se necesita más que un fin de semana para descubrir las que custodiaban lo que hoy es Extremadura.

Castillo de Trevejo. Foto: HERMÁN MANZANO.

La Sierra de Gata vigilante

Esta ruta parte en la comarca de Sierra de Gata, colindante con la Beira Baixa. Su escarpada la convirtió en un corredor defensivo idóneo para defender el Reino de Castilla, de ahí que esté repleta de restos de fortalezas desde las que históricamente se vigiló al enemigo. Ejemplo de ello es el castillo de Trevejo, una fortaleza roquera localizada en la pedanía del mismo nombre, perteneciente al municipio de Villamiel. Los poco más de 20 habitantes que en ella viven están acostumbrados a ver el tránsito de viajeros que, por su cuenta y riesgo, suben hasta una fortaleza que, víctima de las invasiones francesas y los expolios, se encuentra en un avanzado estado de ruina y deterioro. Sus orígenes se remontan a una antigua alcazaba musulmana del siglo XII sobre la que se construyó este castillo tres siglos después, con la conquista de Alfonso VII de León. Pasó por varias órdenes, como la del Temple o la de Alcántara y familias como los Zuñiga, hasta que en el siglo XVIII fue arrasado por las tropas francesas debido a su importancia estratégica y de cobijo para los ejércitos españoles.

En el ascenso a la ladera, el viajero encontrará la iglesia de Juan Bautista, una humilde parroquia construida en el siglo XVI que aprovechó una vetusta espadaña fortificada para erigir su campanario. En ella aún se puede apreciar el escudo de armas del comendador que regentaba la fortaleza, y su alrededor una multitud de tumbas antropomorfas de origen visigodo. Aunque, sin duda alguna, lo mejor de esta localización son las vistas que regala del verde paisaje serragateño.

Tras visitar uno de los conjuntos más aclamados del turismo rural que llega hasta el territorio, la ruta continúa durante 18 kilómetros hasta Eljas, donde se encuentra otra derruida fortaleza. Literalmente colgada sobre las faldas de la Sierra de Gata, los historiadores la consideran el Castillo de Eljas como el que históricamente ha defendido la frontera con Portugal al ser el más próximo. Una teoría que apoyan sus ruinas, que han revelado que se erigió en el siglo XIV como Encomienda de Alcántara. Su principal peculiaridad es su localización, y es que prácticamente está enclavado en el casco urbano del pueblo, convirtiéndose así en buque insignia de una arquitectura que ha sido abrasada por el urbanismo masivo generado tras el retorno de la inmigración. Aún así, su ubicación sobre la ladera de la montaña le dota de una gran personalidad que se plasma en la angostura y pendiente de sus calles.

Castillo de Eljas. Foto: VÍCTOR DÍEZ. 

Llegados a este punto, el apetito del viajero se apuntará a esta escapada. Una excelente recomendación para reponer fuerzas es visitar Casa Laura (Avenida de Portugal, 4), un restaurante en Valverde del Fresno que hace de la cocina tradicional las más innovadoras sugerencias, y todo a partir de productos de kilometro cero que le permitirán saborear esta comarca. Merecerá la pena transitar los siete kilómetros que les separan porque probablemente allí se encuentre con algún valverdeiru que le fale sobre el casi desaparecido Castillo de Salvaleón, una fortaleza de origen árabe que llegó a ser regentada por la Orden de Alcántara.

Zarza la Mayor, el pueblo de los castillos

Con el estómago lleno y las pilas recargadas, el itinerario conduce hasta Zarza la Mayor, una localidad situada a 55 kilómetros por la EX-117 y en el límite fronterizo del Parque Natural Taejo Internacional. Se percatará de ello en la misma carretera cuando aprecie un paraje de singular belleza protegido, los Canchos de Ramiro, aunque ésta no es su única singularidad y es que si algo ha caracterizado a Zarza la Mayor es su puesto fronterizo y defensivo: el municipio cuenta hasta cuatro fortalezas.

El recorrido comenzará descubriendo el Castillo de Benavente, ubicado en la carretera que lleva hasta la localidad, sobre un cerro desde el que se visualiza una amplia dehesa a la que da nombre la fortaleza. De origen árabe, compartió titularidad e importancia con la cercana fortaleza de Bernardo, llamada también de Las Moreras. Tanto una como otra fueron atalayas vigilantes durante los tiempos de la Reconquista, cayendo en desuso hasta su abandono. Un infortunio que también corrió el Castillo del Madroñal, también conocido como Peña de Frey Domingo, cuyos restos hoy apenas son visibles.

Castillo de Peñafiel. Foto: SENDEROS EXTREMADURA.

Por suerte, Zarza la Mayor aún puede presumir de una fortificación en un relativo buen estado de conservación, y es el Castillo de Peñafiel. Nombrado como Racha Rachel en alusión a la roca sobre la que está cimentado, existen documentos de la Reconquista datados en el 1212 que ya confirmaban su existencia, aunque no fue hasta partir del siglo XIII cuando empezó a tomar importancia al ser nombrado cabeza administrativa de la Encomienda de Penafiel y La Zarza. Los zarceros llegaron a vivir en el poblado anejo al castillo buscando la seguridad de los muros, aunque poco después abandonaron sus casas y la fortaleza sufrió asedios que, a pesar de ser reconstruido, hizo que finalmente fuese abandonada a finales del siglo XVI.

Acceso al Castillo de Peñafiel. Foto: EXTREMADURA. COSAS TAN NUESTRAS.

Hoy aún se puede identificar su barbacana, rematada con almenas de mampostería y cal que llegó a recorrer el castillo por completo. En ella se abre una puerta de acceso desde donde sale una calzada que llega hasta la segunda puerta, la principal, que da acceso al patio de armas en el que pueden descubrirse las ruinas de las caballerizas, la tahona, un aljibe y las torres de vigilancia, entre otros aposentos. Aunque, sin duda alguna, lo más destacado son los detalles de su Torre del Homenaje, desde la que se goza de unas impresionantes vistas panorámicas de todo el entorno

Alcántara, cuna religiosa y militar

Antes de que caiga el sol el viajero debe poner rumbo a Alcántara por la misma EX-117. Llegará en unos 25 minutos, justo a tiempo para disfrutar con los últimos rayos de sol del majestuoso Puente Romano y la muralla que hasta él llega. Son la huella de la importancia que cobró esta plaza desde tiempos del emperador Trajano y, posteriormente, el dominio musulmán. De hecho, fueron los árabes quienes levantaron esta muralla que conduce a un alcázar que, con la conquista cristiana en 1213 por el rey leonés, fue donada a la Orden de Calatrava y posteriormente a la Orden Militra de San Julián de Pereiro, que trasladó aquí su casa central pasando a llamarse Orden de Alcántara.

En la actualidad no la reconocerá por su arquitectura tradicional, y es que el antiguo alcázar musulmán fue siendo sustituido por edificaciones posteriores a lo largo de los siglos posteriores, siendo el resultado el actual Convento de San Benito. Fue en el año 1505, y por iniciativa de los Reyes Católicos, cuando se mandó a construir un templo religioso que sirviese como sede matriz de la orden militar, quien lo regentó hasta que en el siglo XVIII, tras un bombardeo que causó varios daños, fue ocupado por el marqués de las Minas. Tras éste llegó la desamortización llevaba a cabo por el ministro Mendizábal, que supuso la expropiación del edificio pasando a propiedad estatal, y la subasta que ganó la familia de Amarilla y Sande, quien la utilizó como propiedad particular hasta que en 1961 la compró la compañía Hidroeléctrica Española (origen de Iberdrola).

Conventual de San Benito. Foto: RAYANOS MAGAZINE.

Cuando el viajero llegue hasta él deberá observar los tres estilos arquitectónicos que conjuga: gótico en el claustro, su galería inferior; plateresco en la Iglesia de la Concepción; y renacentista en la fachada, conocida como Galería de Carlos V y donde verano tras verano, desde 1984, se celebra el Festival de Teatro Clásico de Alcántara. Una vez que se haya percatado de todo ello, ponga rumbo a la Hospedería Conventual de Alcántara (Carretera Poblado Iberdrola, s/n) donde encontrará un alojamiento de reyes y la mejor cocina rayana, que podrá degustar en un antiguo comedor del convento datado del siglo XV.

Torre del Homenaje de Valencia de Alcántara. Foto: TURISMO PROVINCIA DE CÁCERES.

En las profundidades del Taejo Internacional

A unos 60 kilómetros, y en pleno corazón del Taejo Internacional, se encuentra Valencia de Alcántara, la localidad elegida para tomar el desayuno. Sí, merece la pena desplazarse hasta allí porque pocas fortalezas son las que cuentan con un bar en su interior. Pida una de cachuela con café portugués en El Baluarte (Castillo, s/n) y saboréela mientras disfruta de las vistas de lo que queda de la fortaleza valenciana, históricamente asediada por los portugueses. Y es que esta plaza, cuyos orígenes se remontan a 1220 y su toma por García Sánchez, maestre de la Orden de Alcántara, fue muy activa en cuanto a conflictos bélicos se refiere. Preste especial atención a la Torre del Homenaje y cómo quedó en el interior del recinto fortificado a causa de las remodelaciones posteriores.

La siguiente parada de esta expedición por la Raya extremeña más defensiva conduce hasta el Castillo de Piedrabuena, en el término municipal de San Vicente de Alcántara. No tardará más de 35 minutos en llegar y podrá disfrutar de una fortaleza en perfecto estado de conservación que, a día de hoy, acoge todo tipo de eventos y celebraciones. De propiedad privada, desde el exterior podrá observar varias torrecillas cilíndricas en las esquinas así como algunos detalles de sus cuatro crujías, la Torre del Homenaje y su Torre de la Cárcel.

Castillo de Piedrabuena. Foto: FERNANDO FERNÁNDEZ GONZÁLEZ.

Evite compararlo con el Castillo de Mayorga, otra fortaleza localizada en esta localidad pacense cuyas ruinas difícilmente representan su muralla, una puerta de acceso, un torreón y algunos vestigios de la que fuese una imponente Torre del Homenaje. Tampoco con las del Castillo de Luna, el que probablemente es el más espectacular de la eurorregión. Para ver este último tendrá que desplazarse unos 13 kilómetros hasta Alburquerque, le saludará desde lo lejos.


La autenticidad del Castillo de Luna en Alburquerque

Alburquerque es sin duda uno de los territorios más carismáticos de la Raya, e incluso de la Península Ibérica. Situado estratégicamente a unos 25 kilómetros de la frontera se convirtió en puerta de entrada a Castilla por Portugal - y el Atlántico -, y con ello en punto de mira de señores, condes y ducados. Una circunstancia que llevó a erigir el Castillo de Luna, un estratégico enclave militar que aún conserva su autenticidad y que aprisiona al visitante que decide adentrarse entre sus muros y leyendas.

Álvaro de Luna fue el último conde que dispuso sobre la villa que partiera de señorío; Beltrán de la Cueva, el primer duque. Ambos nombres están especialmente sellados en esta fortaleza, como por ejemplo el escudo de este último en la puerta principal, que conduce por un sendero de cuarcita hasta un espacio diáfano donde residía el contingente militar y donde no faltaban las cuadras para los caballos ni las zonas lúdicas. Tampoco una capilla en honor a Santa María de las Reliquias, la única románica de la provincia de Badajoz y donde probablemente descansaran las santas reliquias más antiguas de la región. 

Castillo de Luna en Alburquerque. Foto: RAYANOS MAGAZINE.

A continuación se encuentra el segundo patio del castillo, señalizado con el escudo del conde que le presta su nombre y que finge una nueva fortaleza dentro de la misma. Justo en este enclave se encuentra uno de los puntos más espectaculares de la fortificación, un sistema defensivo que une dos torres con un puente retráctil que se retiraba y dejaba una de las torres, la del Homenaje, completamente aislada del resto del castillo. Si consigue pestañear, hágalo hacia el suroeste y contemple las apabullares vistas que regala.

Castillo de Luna en Alburquerque. Foto: RAYANOS MAGAZINE.

De vuelta al barrio de intramuros habrá llegado la hora de comer. Una recomendación de los lugareños es El Fogón de Santa María (Santa María, 1), uno de los restaurantes alburquerqueños que mejor sirven la caldereta de cerdo. Y es que más allá del jamón, este animal otorga manjares tan auténticos como este plato elaborado en cacerolas de barro y a fuego lento. Y si elige una bica para la sobremesa, prefiera tomársela en La Codosera, a unos 20 kilómetros, con la excusa de conocer el supuesto castillo de Juana La Beltraneja. Los vecinos de este municipio aseveran que donde hoy solo hay ruinas que forman parte de una vivienda privada, cuyos muros están coronados por almenas para conseguir el aspecto exterior de un castillo, un día hubo una importante plaza del cordón defensivo que capitaneaba el De Luna que llegó a estar habitado por la infanta castellana.

Un ejército de estrellas en Fregenal de la Sierra

El siguiente punto del itinerario dista unos 86 kilómetros. Es Olivenza, una plaza que presume de ser hija de España y nieta de Portugal con toda la historia bélica que esto supone. Con el pretexto de estirar las piernas y hacer un alto en el camino, el viajero puede conocer su Puerta del Calvario, la única fortificación abaluartada del siglo XVII que aún resiste el paso del tiempo. El mapa le revelará que junto a ese monumento se localiza el Baluarte San Juan de Dios, uno de los nueve que amuralló Olivenza, y dentro del que se encuentra el convento del santo del mismo nombre, el primero de monjas clarisas que pasó a la orden de los monjes hospitalarios para atender las necesidades bélicas. Antes de continuar con la marcha aprecie el skyline de Olivenza y compruebe cómo sobrevive su Torre del Homenaje, hoy reconvertida en parte del Museo Etnográfico Extremeño ‘González Santana’.

En poco más de una hora recorrerá los 80 kilómetros que le separan de Fregenal de la Sierra, el municipio elegido para dormir. No lo hará en un alojamiento de cinco estrellas en mitad de su casco urbano, sino en mitad de la sierra para apreciar la belleza del firmamento y el ejército de estrellas que aún defienden el cielo rayano. Dormirá en Entre Encinas y Estrellas (Santuario de la Virgen de los Remedios, camino de los Molinos s/n), un complejo de casas rurales anexas al mayor hosting de telescopios de Europa que ofrece todas las comodidades y el mejor balcón a la Vía Láctea.

Interior del castillo de Fregenal de la Sierra. Foto: RAMÓN SOBRINO.

A la mañana siguiente se dispondrá a conocer uno de los castillos más originales del recorrido, y es que pocos cuentan con una plaza de toros y un mercado de abastos en su interior. Se trata del castillo de Fregenal de la Sierra, una fortificación de la que, a pesar que pueda asentarse sobre restos romanos o árabes, se habló por primera vez en 1283, cuando el rey Alfonso X concedió este municipio a la Orden del Temple después de que fuese conquistada por Fernando III.

En su conjunto se cuentan siete torres, seis de ellas cuadradas y una de planta pentagonal, la del Homenaje, rehabilitada como campanario de la Iglesia de Santa María, unida a la edificación durante una reforma del siglo XVIII. No la única, y es que esta fortaleza ha sido históricamente rehabilitada para diversos usos una vez perdida su función militar. Véase la que se llevó a cabo como búsqueda de nuevos ingresos para el mantenimiento del culto a la patrona del pueblo, la Virgen de los Remedios, ejecutada por el Mayordo, quien mandó a construir una plaza de toros en el interior del castillo en 1781. O la que llevó a cabo el derribe de uno de los lienzos de la muralla para ubicar en él la Plaza de Abastos en 1913.

Alcazaba árabe en Jerez de los Caballeros. Foto: JHERIBERT BECHEN.

Una vez que el viajero haya fotografiado todos sus detalles, deberá continuar hasta Jerez de los Caballeros, a unos 25 kilómetros por la N-435, que le regalará bellos paisajes de la Sierra Suroeste. Esta localidad, conocida por ser el último bastión de la Orden del Temple, se remonta a la era romana aunque fueron los árabes quienes mayor huella dejaron en ella con un recinto árabe sobre el que, tras la Reconquista, los caballeros templarios construyeron sus muros. Se trata de la Alcazaba, una muralla erigida alrededor de un gran patio central que llegó a estar flanqueado por 26 torreones de las que hoy solo pueden contemplarse cinco. La favorita de los lugareños es la Torre del Reloj. Según se desprende de las crónicas oficiales, hasta la construcción del cuerpo que alberga el reloj, a finales del siglo XV, tenía función de torre del homenaje.

Según cuenta la leyenda, siete siglos después aún se sienten durante las noches de luna llena los pasos de los templarios más zaguros, los que se oponían a la caída de la más esplendorosa ciudad templaria de Bayliato. Los mismos que fueron degollados y arrojados por uno de los torreones del castillo que desde entonces se hace llamar Torre Sangrienta. Para llegar hasta ella, acceda a la historia de Jerez de los Caballeros por la Puerta de Burgos, un acceso citado desde finales del siglo XV elaborado en mampostería reforzada con sillares, y emprenda camino por una de las calles más transitadas de la localidad. Déjese ensimismar por el encanto que posee sus calles estrechas y adoquinadas sin perder su destino, que oficialmente se conoce como Torre del Homenaje por ser la de mayores dimensiones y poseer un aspecto de robustez que no poseen las restantes. Puede subir a través de una escalera que comienza en caracol y continúa de manera irregular, con trozos rectos y curvos hasta terminar en una especie de bóveda de horno que da salida a la terraza superior. Y déjese maravillar con sus vistas.

Llegados a este punto el viajero deberá repostar energía para emprender su viaje de vuelta, y para ello comprenderá por qué Jerez de los Caballeros es famoso por su jamón ibérico. En La Ermita (Doctor Benítez, 9) le explicarán muy bien por qué con una degustación de su producto más famoso, y alguna carne extremeña a la frase. Mientras espera a que le tomen nota, disfrute del lugar, un antiguo templo del Cristo de la Vera Cruz que le invitará a pecar gastronómicamente sin ningún tipo de remordimiento. Amén.