Turismo

Una aldea, seis vecinos y un cafecito

En La Fontañera, una de las pedanías de Valencia de Alcántara, se localiza el negocio de Tamara Girke, una casa rural con servicio de cafetería con vistas a São Mamede

El cantar de los pájaros y el maullido de los gatos componen la banda sonora de La Fontañera, una pedanía de Valencia de Alcántara. Puntualmente se suma el rugir de alguna vieja motocicleta portuguesa, que llega a Extremadura y prefiere hacerlo por el sendero que la comunica con la aldea de Galegos. Y es que este paraje de la Campiña se encuentra en plena frontera, hasta el punto que el peñón que separa lo que es de España de lo que es de Portugal sirve de soporte al cartel del único establecimiento del caserío, el de Tamara Girke.

Tamara domina cuatro idiomas pero en La Fontañera únicamente emplea el que solo chapurrea, el portuñol. Nació en Canadá y vivió un tiempo en Alemania, y tras recorrer parte del mundo se instaló en esta pequeña aldea. Fue el destino, o la casualidad. “Necesitaba un cambio en mi vida y me puse a buscar casas rurales para alquilar. Encontré siete, las mostré a mis amigos y todos me recomendaron comprar ésta: era la más mimada”, relata la canadiense. No sabía de Extremadura más que era un supuesto desierto; menos sobre lo que los lugareños llaman Raya. Pero tardó poco (incluso nada) en enamorarse del lugar. “En invierno viven seis vecinos y doscientos gatos, es un remanso de paz”.

Deshizo las maletas la primavera pasada. Su primer reto fue remodelar los dos apartamentos que tenía la Casa Rural Salto del Caballo, con independencia y capacidad para hasta cuatro personas cada uno. No les falta detalle: poseen un pequeño salón, una cocina con todo tipo de electrodomésticos y hasta dos habitaciones con vistas al Castelo de Marvão. También se encargó de darle su toque a las zonas comunes, un encantador patio donde no se echan en falta los espacios de sombra. Ni la piscina. Ha mimado cada detalle consiguiendo el mejor espacio para descongestionarse de la vida atropellada, la contaminación atmosférica y la comida poco hecha.

El único cafecito del lugar

Pero el afán de emprendedor no se quedó satisfecho con reformar la casa rural. Su inquietud fue avivaba por el letargo de La Fontañera: la aldea que llegase a poseer una veintena de establecimiento cuando era zona de tránsito en los tiempos donde las fronteras estaban cerradas, no poseía ningún establecimiento. De ningún tipo. Una situación ante la que la canadiense se planteó abrir “un cafecito”: si algún viajero - o lugareño - se planteaba tomarse un simple café o merendar fuera de casa, se veían obligados a llegar hasta Valencia de Alcántara o Marvão. Algo impensable. “Así que me dije: ¿por qué no”.

Hace menos de un mes, su coqueta cafetería abrió sus puertas ocupando las instalaciones de la cocina común que el alojamiento disponía a sus huéspedes. Posee un salón interior, con mesas románticas y pizarras colgantes donde se pueden leer módicos precios para el café portugués y la Sagres. Pero si algo capta la atención del viajero es su terraza, un enorme patio rodeado de vegetación y parasoles con vistas a São Mamede. Y que solo de verlo, invitan a pasar, tomar algo, e incluso imitar a Tamara y quedarse a vivir con un pie en España y otro en Portugal.