Turismo

Alentejo en moto: cómo vivir dos pasiones en una sola experiencia

Propuestas para disfrutar de extensas llanuras y vigilantes colinas sobre dos ruedas

No son pocos los que defienden que la esencia de la aventura no es llegar al destino, sino disfrutar a lo largo del camino. En su mayoría lo afirman quienes visten casco, guantes y mono, y suben a lomos de dos ruedas que rugen. Los mismos que verdaderamente disfrutan de la sensación de libertad. Descubrir el mundo desde el manillar de una moto ofrece alicientes que enriquecen en gran medida la experiencia; véase el olor del paisaje. Y aún más si es por el Alentejo, esa tierra fraguada en mil batallas, con pueblos detenidos en el tiempo y tranquilas carreteras secundarias que oscilan entre extensas llanuras y vigilantes colinas.

A pesar de que viajar en moto facilita una independencia de movimiento digna de improvisación, a veces es necesario cargar con un mapa repleto de chinchetas. Especialmente si solo dispone de una jornada, para evitar que nada se le escape. Es el caso de la ruta que en un día abraza el Gran Lago Alqueva, el mayor embalse de Europa Occidental dividido por la frontera hispano-lusa. Esta propuesta parte del Castillo de Mourão, unas ruinas que dejan entrever la majestuosidad de su pasado y regala una panorámica que revela la sublimidad del embalse. Un embalse en el que se sumergió la antigua Aldeia da Luz, una localidad que fue construida de nuevo y hasta donde se mudó su población. Deberá marcar su nombre en el GPS y detener su moto en el Museu da Luz, un modernista edificio a orillas del embalse acomodado a la arquitectura alentejana tradicional que bien merece una visita.

La siguiente parada es Estrela, una pequeña villa localizada en un pequeño istmo atravesado por una carretera que muere literalmente en el agua. Olvidará esa sorpresa tras descubrir las vertiginosas vistas desde la presa (especialmente si sus compuertas están vertiendo agua), desde donde partirá dirección a Reguengos de Monsaraz y Corval. Aunque, sin duda alguna, si alguna estancia le sorprendrá (y se recomienda para el riguroso estacionamiento de la hora de la comida) es el Hotel Convento de Sao Paulo, al pie de la carretera a poco tiempo de haber rebasado las poblaciones de Aldea da Serra y Redondos. Se trata de un alojamiento rehabilitado que aún conserva su vieja estructura y una sabia decoración, donde su colección de azulejos cobra todo el protagonismo. Es lo más parecido a un paraíso rodeado de naturaleza y silencio en el que perderse cualquier fin de semana.

El punto y final lo pone la ciudad medieval de Vila Viçosa, un territorio que se vio enriquecido en el siglo XV, cuando pasó a formar parte del ducado de Bragança. No deje de visitar el Palacio Ducal, su más emblemático monumento.

São Mamede sobre dos ruedas

Pero si tiene la suerte de disponer de más de un día, su itinerario es el del norte del Alentejo, una zona caracterizada por carreteras estrechas salpicadas de pintorescos pueblos encalados y adornados con macetas cubiertas de flores. La propuesta nace en Barretos y pasa por el Barragem de Póvoa hasta llegar a Nisa, la localidad amurallada popularmente conocida por sus labores de alfarería y bordados. Desde allí se puede tomar la viva N-359 que lleva hasta Montalvao, Salavessa y Pé de Serra, donde se enlaza con la carretera que desemboca en Vila Velha de Rodao, un lugar idóneo para observar los arribes del Tajo. Parada y aparte merece Castelo de Vide, una de las joyas del Alentejo custodiada por murallas con calles empedradas y casas bajas encaladas. Su judería, su sinagoga y su castillo son tres imprescindibles dignos de descubrir a golpe de flash. Las cuestas le pedirán quedarse a comer: pida pulpo con patata asada y deje hueco para los postres.

De ahí ponga rumbo a Marvão para descubrir el porqué de su declaración Patrimonio de la Humanidad. Puede visitar su castillo, donde encontrará la Cisterna grande con agua limpia y transparente, y su Torre del Homenaje, donde gozará de apabullantes vistas de la frontera hispano-lusa a la altura de Valencia de Alcántara. No dude en hacer otra parada en la Ciudad Romana de Ammaia, las ruinas de lo que fue uno de los primeros asentamientos en la Península Ibérica que llegó a alcanzar las 25 hectáreas y unos seis mil vecinos.

Portalegre es un buen ejemplo para pernoctar. Desde allí podrá visitar su catedral, el Museo Principal y su castillo, pero tendrá que ser a punta mañana para pronto poner rumbo a la Serra de São Mamede y perderse entre carreteras flanqueadas por alcornoques, encinas y robles que conviven con paisajes más suaves, repletos de viñedos y olivo. Localice los menhires, puentes y calzadas romanas para despedirte del Alentejo con ganas de más.