Turismo

El Cromeleque dos Almendres, un tesoro escondido entre alcornoques

El descubrimiento de Henrique Leonor Pina destaca entre las más de 3.000 localizaciones arqueológicas que hay alrededor de Évora

Évora es la ciudad ideal para sumergirse en el pasado. Su universidad y sus murallas medievales atesoran sorprendentes obras arquitectónicas, como las ruinas romanas  de su templo y sus termas; pero va más allá, permitiendo al turista viajar ocho mil años atrás como si de una novela fantástica se tratase. Y es que no hay en Europa Occidental un espacio tan extenso, variado e intrigante – ni a la chamba de cualquiera que pase por allí – como el Cromleque dos Almendres.

Impresionantes sensaciones debieron de experimentar los hombres del Neolítico que atravesaron este lugar, localizado a 413 metros de altitud y hoy teñido de alcornoques y viñedos dominantes sobre la llanura que caracteriza al Alentejo. O al menos así lo cuentan los guías turísticos del entorno, que eligen como más acertada la hipótesis de que estos antepasados se asentaron aquí por ser el cruce de las cuencas fluviales de los ríos Tajo, Sado y Guadiana. Fue destino ideal para vivir y para morir; para enterrar a sus difuntos de la mejor manera posible, reposando en un lugar que no parece de este mundo, aunque lo sea: protegidos por losas de varias toneladas de peso que les protegía del viaje al más allá. 

Un hallazgo insólito

El distrito de Évora era la oficina de trabajo durante la década de los sesenta del arqueólogo Henrique Leonor de Pina. Concretamente en 1964, su proyecto de realizar un mapa geológico de Portugal le llevó a desplazarse a 13 kilómetros del centro histórico de la ciudad que protagoniza postales de época romana, y a indagar en una enmarañada y fosca vegetación que ocultaba unas extrañas piedras. Casi un centenar, para ser exactos, desordenadas y caídas, sin ni ellas mismas saber bien qué decir tantos miles de años después. 

Inmediatamente arrancaron los trabajos de restauración y conservación, que las pusieron de nuevo en pie en el que, tras el estudio del terreno, parecía ser su lugar original. Al mismo tiempo se llevaron a cabo excavaciones arqueológicas que dieron como resultado el hallazgo de piezas de cerámica y un hacha de piedra pulida, confirmando así que se trataba de un crómlech, el monumento funerario que rodeaba a los dólmenes y que pudieron usarse a modo de templos sagrados. Pero no uno cualquiera: una auténtica ciudad dormida considerada una obra de ingeniería prehistórica, la más importante y espectacular de la Península Ibérica y una de las más interesantes y desconocidas por el público general.

Esta construcción se caracteriza por adoptar una forma circular que, según las hipótesis que barajan los arqueólogos, pudo ser erigida en tres períodos claramente diferenciados. Los tres pequeños círculos concéntricos, que alcanzan un diámetro de casi 20 metros, se contextualiza en el VI milenio a.C., mientras que del V milenio a.C. se cree que se levantó dos elipses concéntricas e irregulares, la mayor de ellas con más de 40 metros de diámetro, formada en sus orígenes por más de medio centenar de menhires, de los que 29 se encontraron erguidos y 17 tumbados en buen estado de conservación. 

Durante el último período, datado en el III milenio a.C., se cree que el recinto fue modificado, convirtiendo el menor en una especie de entrada que daba paso al recinto mayor, donde se celebrarían ceremonias o rituales socio-religiosos. Son muchos los especialistas que apuntan a una posible función astronómica ya que relacionan su latitud con la máxima elongación lunar, algo que solo ocurre en Stonehenge. 

Asombrosos relieves

Ésta no es la única relación a la que apunta el estudio astrofísico. Uno de los menhires más singulares es el que popularmente se conoce como solitario, un megalito de 4,5 metros de altura situado a unos 1.300 metros al noreste del crómlech. Curiosamente, la línea recta que lo une al conjunto apunta directamente a la salida del sol durante el solsticio de invierno. O el número 58 del conjunto, que presenta un confuso grabado con tres representaciones de discos solares.

No solo ellos sobresalen. Hasta diez menhires más presentan curiosos relieves, como una figura antropomorfa con una especie de báculo, en el caso del número 48, o una desfigurada estatua a la que fácilmente se le aprecian ojos, nariz y boca, en el del 56.

Visitarlos es fácil. A pesar de tratarse de un Monumento Nacional que atrae el interés de miles de visitantes, el entorno no está acordonado ni vallado y los curiosos tienen total libertada para conocerlo, e incluso tocar sus piedras. Y viajar en el tiempo, a aquella época donde el hombre estaba plenamente conciliado con la naturaleza.