Turismo
Juromenha, testigo de dos mil años de historia defensiva
El castillo de esta villa portuguesa resiste al paso del tiempo conservando vestigios de las diferentes culturas que la poblaron
“Jura, Menha, que no”. Esta legendaria expresión de un joven enamorado de su hermana, una princesa visigoda, ha trascendido del romanticismo y en la historia para hacer creer que de ahí proviene el nombre de la localidad portuguesa que asoma a la cola del pantano más imponente de la Europa Occidental. Una fortaleza vigilante del Guadiana que, a pesar de los derribos del tiempo y la desidia, continúa regalando los más increíbles atardeceres de Alqueva.
“Es una cenicienta, esplendorosa todavía”, define el historiador Moisés Cayetano en Los Tesoros de la Raya a una construcción cuyos orígenes, posiblemente, se atribuyan a la era grecolatina. Aunque se cree que puede tratarse de una fundación celta del siglo IV a.C no existen pruebas científicas que lo demuestren, apostando más por los vestigios romanos que la contextualizan en el año 50 a.C. De hecho, se cree que fuese el mismo Julio César quien la fundase con el nombre de Julii Moenia (Murallas de Julio), a pesar de que el origen más certero – al menos de su toponimia – pertenece al legado árabe, que alrededor del siglo X la dominó e incluyó dentro del Califato de Córdoba, haciéndola llamar Julumaniya.
A tan solo 14 kilómetros de Elvas, sus escasas dos calles de construcción alentejana pierden protagonismo ante la supervivencia de su forte. “Pequeñas casitas en hilera de paredes blancas y bordes de añil en puertas, ventanas y balcones”, describe Cayetano, se empañan ante la monumental fortaleza. “Lo justifica su importancia histórica, que ya lo fue en la Edad Media y continuaría a comienzos del siglo XIX”.
Todo comenzó con la conquista cristiana y definitiva por la corona portuguesa en 1242. Por entonces ya suponía un amplio legado “superpuesto por el tiempo como hojas de un libro”. Poseía pilares, columnas y sillares romanos en paños de murallas. También cruces patadas visigodas. Y murallas levantadas por los musulmanes. Pero don Dinis la reforzaría de forma importante: “17 torres cuadrangulares, una torre del homenaje de 44 metros de altura y un revestimiento de las murallas en cantería de granito”, detalla el fiel amante de Portugal.
Fusión de culturas
Siempre celosa de un río que entendía los dos idiomas, la Guerra de la Restauración le llevó a cercarse de una nueva fortificación abaluartada, obra del arquitecto Nicolau de Langres. Con ésta – y con él – llegó una de sus más desapacibles traiciones. “Posteriormente se pasa al bando castellano y facilita planos secretos que permiten su toma por el ejercito castellano”, anota. Suma la ruina que provocó el estallido del polvorín, en 1659, y la destrucción a causa del terremoto de Lisboa, en 1755. “Pero su importancia como ‘llave’ de Portugal hará que se opere su recomposición. Precisamente, en 1808, sería uno de los lugares de inicio de la rebelión contra Napoleón”.
Remiendos que caen en el olvido en la nueva era a pesar de su resistencia al paso del tiempo. Y es que la soledad destructiva en la que se encuentra, continúa soportando y sorprendiendo al curioso que llega hasta ella y se pierde dentro de sus murallas, romana-medieval en el interior y de tipo abaluartado en el exterior. Sorprende el encanto de este lugar tan especial, cargado de vestigios romanos, visigodos, islámicos y cristianos. “En la ventana de una prisión descubrimos un alquerque medieval y algunas pinturas islámicas en las paredes de la cisterna romana”, resaltaba Amparo Carrasco, de Arqueonaturex, tras su visita mientras añade la belleza de los restos iconográficos que aún asoman en la iglesia.
En la Casa del Gobernador, a duras penas, quedan restos de una chimenea y un revestimiento de mármol que vierten una ligera idea de la belleza que tuvo el conjunto arquitectónico en su máximo esplendor. Justo antes de la epidemia de peste que arrasó la zona en los años veinte del siglo pasado, enfermando un testigo con más de dos mil años de historia defensiva.