Inicio / Cultura / Indalecio Hernández Vallejo, el pincel breve en perfiles exactos y fieles
Por Esmeralda Torres
03 February 2018
Indalecio Hernández Vallejo nació en Valencia de Alcántara (Cáceres), en el año 1922, ya con el don del pincel debajo del brazo. Sus garabatos comenzaron a destacar entre los del resto de la clase cuando solo era un niño. Por entonces, no se intuía que la crítica de arte internacional elogiaría una obra con personalidad propia. Ni que, tras su muerte, Valencia de Alcántara acogería una Fundación que lleva su nombre ni unos premios que rinden homenaje a uno de los mejores pintores de Extremadura.
Indalecio nació en el seno de una familia que ya contaba con vocetos por casa. Eran de su hermano Félix, quien fue un gran dibujante de plumilla. Quizás su pasión despertó a raíz de ello, quizás no. De lo que sí hay constancia es de que “pasó muchas horas en el desván de su casa dedicado a esta tarea”, explica la investigadora Cristina Morano, licenciada en Historia y Geografía. Y también de que su formación arrancó cuando, con 16 años recién cumplidos, se trasladó a Cáceres para cursar estudios en la Escuela de Artes y Oficios.
“Años más tarde, ingresaría en la Escuela Superior de BB.AA de San Fernando, en Madrid, donde terminó con éxito la carrera”, cuenta Morano. Finalizada ésta, obtuvo una beca de la Diputación de Cáceres para viajar a Italia, cuna del arte y país de artistas de la talla de Miguel Ángel, Da Vinci y Rafael, entre otros tantos, y continuar con su formación. “Una experiencia única y muy gratificante, y de la que guardó gratos recuerdos”, resalta.
En 1944 realizó su primera exposición en Cáceres. Catorce años más tarde, llegó la segunda. Y, al año siguiente, elaboró un mural para su pueblo natal junto a Juan José Narbón, “del que se confesó un enamorado”, asevera la investigadora. Por entonces ya se perfilaba su estilo, “una pincelada minuciosa, sin empalago, en obras muy bellas y paisajes sugestivos de luces entonadas y buen color”, recalca Morano, especialista en Arte Moderno y Contemporáneo.
Indalecio también fue profesor de dibujo en la Escuela de Maestría Industrial de Cáceres, los colegios de las Carmelitas y Pauditerium de la capital cacereña, y en la que fue su primera escuela, la de BB.AA de la diputación provincial. También, desde 1965, en los institutos madrileños Calderón de la Barca y Cervantes. Todo ello mientras realizaba numerosos retratos de distintas personalidades de la capital española, entre los que se encuentra el del Rey Don Juan Carlos por encargo oficial, y simultáneas exposiciones, “una sobre paisajes extremeños, manchegos y castellanos; otra, sobre su gran especialidad, el retrato a pastel; así como sobre temas del Madrid Castizo y el de Los Austrias” señala Morano recordando el gran éxito de público y crítica de su firma.
El interés de su pueblo
Indalecio realizó varias colaboraciones con el Ayuntamiento de Valencia de Alcántara a lo largo de su vida. De ahí, que en 1994, la institución le solicitara la donación de sus fondos pictóricos, documentales y personales con vistas a crear una fundación que llevara su nombre y con el que se le rindiera homenaje a su pincel.
Una petición que aceptó encantado y orgulloso, como la creación de su propio galardón. Con la colaboración de la Diputación de Cáceres, el Ayuntamiento rayano convocó en 1997 los primeros premios de pintura Fundación Indalecio Hernández. Unas distinciones que acaban de cumplir dos décadas y que ha contado con la participación de 197 artistas. “Estamos tratando de darle aún mayor salida y proyección desde el punto de vista artístico para que todos conozcan la figura de Indalecio”, afirma el concejal de Cultura del Ayuntamiento de Valencia de Alcántara, José Ignacio Martínez.
En noviembre se fallará la vigésimo primera edición de estos galardones, que cuentan con un premio de 1.800 euros y un accésit de 900. Como siempre, “las diez primeras obras que pasan el filtro se editarán en un catálogo que suele publicar la Diputación durante el siguiente año, y el premio y el accésit se quedarán en la Fundación”, recuerda el concejal, cumpliendo así con el objetivo de hacer también de la Fundación un museo de arte.
Unos premios, un museo y una Fundación que recuerdan quién fue este pintor y qué significó para Valencia de Alcántara y para el mundo de la pintura en general. Porque solo él supo plasmar “pinceladas breves en perfiles exactos y fieles”, asevera Morano. Porque solo él sabía llevarse mansamente por la fantasía consiguiendo creaciones con efectos decorativos en fondo de claroscuros. Y, sobre todo, porque solo él podía hacer que sus obras encajasen al mismo tiempo en una exhibición de decoración moderna que en una pieza familiar de estilo clásico y tradicional. Se te echa de menos, Indalecio.