Inicio / En Ruta / De Esperança a Monfortinho: una excursión por la Raya vaciada
Por Esmeralda Torres
13 March 2020
La Extremadura española y el Alentejo portugués comparten algo más que una línea imaginaria que divide el territorio en dos países. Entre ambas regiones se reparten una economía deprimida y una superficie despoblada, pero también comarcas llenas de arte, paisajes emocionantes y preciosos pueblos que bien merecen un fin de semana.
El puente internacional más pequeño de Europa
A tan solo cuatro kilómetros de Arranches se localiza Esperança, una de las freguesías más simpáticas del distrito de Portalegre y el punto de partida de este itinerario. Integrada en el Parque Natural da Serra de São Mamede, supone una transición entre el macizo de São Mamede - cuyo pico más alto se registra cerca de la ciudad de Portalegre - y la llanura tradicional alentejana. En 2001 llegó a registrar más de 800 habitantes pero a día de hoy los vecinos, de edad avanzada, escasean por su famoso núcleo urbano. Un conjunto de arquitectura tradicional protagonizado por casas jalbegadas de blanco, con marcos coloridos en puertas y ventanas y chimeneas manuelinas.
La primera parada es el Café Os Caçadores (Largo 25 de abril, 1). Allí podrá pedir un pequeno almoço de lo más tradicional: torradas y café portugués. Antes de pedir la cuenta y despedirse, déjese embelesar por el perfil de alentejano tradicional que frecuenta esta cafetería. Después, sumérjase en la naturalez de la Sierra de São Mamede de camino a la próxima estación. Encontrará un Alentejo inesperado: un serpenteo en un paisaje que deja entrever altos en vez de planos y parajes frondosos en vez de secos. Contemplará alcornoques y encinas de camino a O Marco, una aldea portuguesa cuya gemela se encuentra en el término español. No tendrá que recorrer más que unos cuatro kilómetros para descubrir este tesoro rural. Y es que El Marco - como se hace llamar en la Raya extremeña - está literalmente dividido por la frontera: posee calles y casas en territorio español y plazas y viviendas en suelo portugués a las que se accede a través del que muchos identifican como el puente internacional más pequeño de Europa.
Llegue hasta Casa Picado, en territorio luso, para conocer a José María. Un comercio con olor a ‘Todo a 100’ que sensorialmente traslada a finales de los ochenta, uno de los dos únicos que sobreviven en O Marco y al frente del que se pone un matrimonio portugués que conoció tiempos mejores en esta aldea rayana, cuando todos los extremeños llegaban allí buscando toallas y café. Para cruzar al lado español, es tan sencillo como llegar hasta un puente de madera con algo más de dos metros de largo y pocas primaveras que salva el arroyo Abrilongo, la frontera natural que divide el pueblo. Es el principal reclamo de esta idea desde que, como recuerda José María, se publicó una foto en internet anunciando que era el puente internacional más diminuto de Europa.
La riqueza dolménica de Valencia de Alcántara
En menos de media hora, por la BA-053 y con algún zig zag por la frontera, llegará hasta Jola, la siguiente parada de este itinerario. Se trata de un pequeño caserío de Valencia de Alcántara donde una treintena de habitantes viven abrazados por la riqueza medioambiental del Tajo Internacional. Entre los recursos de esta comarca se encuentra la gastronomía tradicional. De ahí que se recomiende - por lugareños y allegados - reservar mesa en el asador Al-Joleo (Antolina Durán, 26), un establecimiento con sabor a venta antigua y vistas espectaculares en cuya cocina el carbón de encina es el pan de cada día. Ofrece todo tipo de platos a la parrilla pero sería pecado no probar una ternera o cualquier otra carne de caza, tan abundante en la zona.
No se preocupe por las calorías. El siguiente plan es llegar hasta La Fontañera, otra pedanía de Valencia de Alcántara donde viven seis vecinos y 20 gatos. Se encuentra a unos 16 kilómetros y la ruta también le obligará a entrar en Portugal para volver a España, pero merecerá la pena contemplar un paisaje dominado por el bosque mediterráneo y la abundancia de escarpadas. Una vez allí, pregunte por El Cafecito de Tamara y ella, además de ofrecerle una deliciosa merienda, le indicará varias rutas senderistas que le adentren en la cultura megalítica que hizo a este municipio cacereño alzarse con el título de Bien de Interés Cultural por el conjunto de 41 dólmenes. Es uno de los más importantes de Europa y entre sus ejemplares más populares se cita Tapias, Zafra, Las Lanchas, Huertas de las Monjas y Los Mellizos. Cualquiera de ellos será interesante para comprender los ritos funerarios que seguían a la hora de enterrara los cadáveres y cómo consideraban soterrar los restos humanos con algunas de sus pertenencias, entendiendo que les serían útiles en otra vida.
Aceite y estrellas en Galegos
Deje atrás La Fontañera y su banda sonora compuesta por el cantar de los pájaros y el maullido de los gatos y emprenda camino hasta Galegos. Recorrerá menos de dos kilómetros por el viejo sendero que atravesaban los contrabandistas cargados de café, aceite y jabón, y contemplará, siempre vigilante, el castillo de Marvão en el horizonte. La siguiente parada de esta ruta es una pequeña aldea del municipio de las castañas donde se cuentan algo más de 80 vecinos. Una cifra ridícula si se compara en los tiempos en los que la frontera cerrada llevaba hasta decenas de autobuses a esta pequeña pedanía que contó hasta siete comercios abiertos. Hoy, por suerte, aún dispensa el aceite Castelo de Marvão en una vieja almazara reconvertida en museo, el que homenajea la figura de Antonio Nunes. Descubra cómo era este oficio antes y cómo se produce el oro verde más sofisticado del Alentejo que lleva hasta las citas gastronómicas más importantes del calendario lisboeta el nombre de Galegos.
Llegados a este punto, al viajero no le faltarán ganas de descansar. Para ello se deberá dirigir hasta Casa dos Galegos, dos apartamentos independientes regentados por el carismático Daniel Boto. Se trata de una opción rural que combina arquitectura tradicional con elementos modernos, con piscina privada para el verano y representativas estufas para el invierno. Y donde no faltan las tumbonas al aire libre para disfrutar del cielo estrellado del Alentejo.
Huella megalítica en Santiago y Alcántara
El segundo día de este itinerario invita a poner rumbo hasta Santiago de Alcántara. El viajero seguirá la N-521 durante algo menos de 40 kilómetros para hacer parada en esta localidad, que llegó a registrar casi 2.600 habitantes en la década de los cuarenta del siglo pasado y hoy apenas cuenta con 500 vecinos. La riqueza de este pequeño municipio es natural y arqueológica, y es que en plena Sierra de San Pedro presume de ser espacio protegido de aves y tesoro dolménico.
La opción más recomendable para descubrir un aperitivo de los 40 dólmenes que custodia su término municipal es recorrer la ruta senderista que llega hasta la Cueva del Buraco y la necrópolis de La Lagunita. Por ello, el viajero deberá dirigirse hasta el Centro de Interpretación del Megalitismo, unas galerías con forma de túmulo que recepcionan al turista ofreciéndole unas nociones básicas de dicha cultura. Ahí ya podrá hacerse una idea de la conexión entre dólmenes y pinturas rupestres como las que se pueden ver en la Cueva del Buraco, un abrigo repleto de figuras antropomorfas localizado en la ladera de la Sierra de San Pedro. Se trata de una cueva de unos 18 metros de profundidad cuyas pinturas han sido datadas en torno al 3.000 a. C., en los periodos Neolítico y Calcolítico y que los especialistas han calificado como las de mayor importancia en el suroeste peninsular.
Desde allí, siguiendo las indicaciones, podrá llegar hasta un crestón cuarcítico conocido como Cabeza del Buey, y hasta la necrópolis de La Lagunita, donde se pueden apreciar hasta tres dólmenes de pizarra en mitad de la dehesa boyal. Una vez que tome documentos gráficos de tales joyas prehistóricas, requerirá de un buen almuerzo para reponer fuerzas. De ahí que se sugiera la vinatería Terroncex (Plaza de Extremadura) para picar (y comprar) suculentos productos ibéricos.
Aguas que sanan y hacen feliz
Tras tomar el protocolario café, vuelva a su medio de transporte y marque Piedras Albas como próximo destino. Tome unos 65 kilómetros la CC-126 y la EX-117 para hacer una parada de paso pero imperdible muy cerca de esta pequeña localidad, donde se localiza otra de las joyas arqueológicas de esta comarca rayana, la Peña Buraca. Dentro del término municipal de Alcántara, presume de ser un enigma con apariencia pintoresca y forma moldeada, relacionada con vinculaciones esotéricas y antiguos rituales surgidos de la fantasía. También conocida como Canchal de los Ojos, se trata de una construcción megalítica que muchos han identificado como un santuario prehistórico sin fundamentación científica al carecer de base arqueológica y excavaciones que confirmen esta posibilidad. De lo que nadie duda es de que estos restos arqueológicos se extienden por más de una hectárea en torno a la peña que da nombre al espacio, y que entre ellos se encuentran numerosas tumbas talladas en piedra, altares y otras estructuras megalíticas.
Ver la caída del sol entre su forma ovalada es una experiencia sensorial para los sentidos, pero no se demore mucho y diríjase hacia su próximo destino. A unos 30 minutos en coche se encuentran las Termas de Monfortinho, un balneario enclavado en un entorno natural de gran belleza que invita a desconectar y relajarse a través de un viaje saludable y milagroso. La bienvenida se la dará una aldea de apariencia abandonada en el que abunda el Vende-Se y escasea la cobertura entre árboles cubiertos en coloridos paños de ganchillo. Una vez dentro, no dude en probar la ducha escocesa y vichy para llevarse el mejor recuerdo de la Raya vaciada.