Inicio / + Turismo / Las siete anécdotas de las Siete Maravillas de Portugal
Por Esmeralda Torres
07 October 2019
Al igual que el mundo antiguo y el mundo moderno, Portugal tiene sus propias Siete Maravillas desde que su Ministerio de Cultura, allá por 2006, publicase una lista con los monumentos más relevantes del patrimonio luso. La elección se basó en una selección experta entre 793 monumentos nacionales clasificados por el Instituto Portugués de Patrimonio Arquitectónico (IPPAR), de los que derivó una lista de 77 puntos de interés que posteriormente se sometió al criterio de un Consejo de Notables, resultando una lista de 21 finalistas. Fueron los mismísimos portugueses los que, a través de llamadas telefónicas, SMS e internet eligieron a sus siete monumentos más majestuosos.
Esta lista es pública desde que se presentase en un gran evento público celebrado un año después en Lisboa. Pero no todos los viajeros que llegan a sus monumentos con ella en la mano conocen los secretos y anécdotas que custodian.
1. Castillo de Guimarães. Ubicado en el municipio homónimo y con un marcado carácter rayano, la historia del Castillo de Guimarães se remonta a finales del siglo X, cuando la condesa gallega Muniadona lo mandó a construir como refugio de los portugueses ante los ataques de vikingos y musulmanes, y a base de madera y barro. Siglos después se ordenó rehabilitar con materiales más resistentes así como ampliar una fortaleza que hasta el siglo XIV ha presenciado heroicos combates, cuando quedó delegado ante la llegada de la nueva ingeniería militar.
Se dice que fue bajo los muros de esta fortaleza donde nació Alfonso Henriques, el primer rey de Portugal. Y de ahí la inscripción que puede leerse al llegar a esta ciudad medieval: “Aqui nasceu Portugal”. Esto no está documentalmente probado pero sí que hay certeza de que sus padrs, condes, habitaron en una de las zonas integradas en la fortificación. Sea como fuere, lo cierto es que el Castillo de Guimarães es baluarte de la identidad portuguesa.
2. Castillo de Óbidos. Con una curiosa fusión de estilos que van desde el barroco al gótico pasando por el románico y sin olvidar el manuelino, el Castillo de Óbidos se alza imponente en la localidad del mismo nombre. La vigila sigilosamente desde la era romana, cuando en un pequeño monte se asentó una construcción que fue fortificada bajo el dominio árabe hasta que, tras la conquista cristiana, fue rehabilitado y ampliado. No fue hasta el siglo XVI, con el reinado de Manuel I, cuando se transformó en palacio. De ahí que dormir en la espléndida pousada en la que se convirtió en 1950 sea un lujo real.
Son muchas parejas las que eligen este suntuoso alojamiento para pasar la noche de bodas, y es que históricamente Óbidos era conocido como “A Vila das Rainhas” al ser ofrecida como regalo de matrimonio a las esposas de los monarcas portugueses. Una curiosa tradición que comenzó en el siglo XIII con el rey Don Dinis y continuó hasta el XIX, cuando dejó de pertenecer al patrimonio real. Otra anécdota es que, según cuentan, fue en esta villa donde se gestó el alzamiento del 25 de abril contra el dictador Salazar.
3. Monasterio de Batalha. Avalada por la declaración de Patrimonio de la Humanidad, el Monasterio dominico de Batalla es uno de los monumentos más impresionantes de Portugal. Y si algo se lleva la palma es su espectacular conjunto de vidrieras medievales. El Convento de Santa Maria da Vitória, el nombre oficial que recibe este ejemplo de arquitectura manuelina, tardó casi dos siglos en ser construido y lo hizo en memoria de la victoria de Aljubarrota en 1385. La orden de edificarlo llegó del rey Juan I de Portugal en agradecimiento a la Virgen por el triunfo de los castellanos.
Precisamente alrededor de esa batalla gira la leyenda de Brites de Almeida, conocida como la panadera de Aljubarrota. Según relata ésta, Beatriz huía a España tras la muerte de su pretendiente cuando el barco en el que viajaba fue abordado por piratas argelinos, que la vendieron como esclava a un poderoso señor de Mauritania para terminar, tras muchas aventuras, estableciéndose en Aljubarrota como panadera. El día de la batalla, dice que Brites encontró a siete fugitivos escondidos en el horno, a los que mató con su pala de panadera, y posteriormente fundó una milicia de mujeres que persiguieron y mataron sin piedad a cuántos soldados encontraron en los días siguientes.
4. Abadía de Santa Maria de Alcobaça. Es popularmente conocido por ser la primera obra gótica construida en suelo portugués. El Monasterio de Alcobaça se localiza a unos 120 kilómetros de Lisboa y presume de poseer la iglesia más grande de estilo gótico primitivo del medievo portugués, en pie durante más de nueve siglos. Es una de las valías que le llevó a conseguir la declaración de Patrimonio Cultural de la Humanidad por la Unesco, aunque el viaje en el tiempo al que invita su abadía, de estilo cisterciense, es digno de mención. También su cocina, del siglo XVIII, que sirve de agua de un ramal del río Alcoa y alberga una chimenea gigante, de casi 20 metros de altura, recubierta de azulejaría tradicional.
En esta abadía descansan los restos del Don Pedro y Doña Inés de Castro, los protagonistas del de amor prohibido que más ha marcado la historia de Portugal. Una historia que comenzó con los encuentros a escondidas entre el infante Pedro e Inés, la dama de compañía de su esposa, Constança Manuel. Tras la muerte de su mujer, Don Pedro vivió maritalmente con Inés hasta que el enfrentamiento con su padre, el rey Alfonso IV, provocó que tuvieran que mudar su lugar de residencia a Coimbra, donde vivieron con sus tres hijos hasta que Inés de Castro fue asesinada por orden del monarca. Tras su coronación como nuevo rey, Don Pedro mandó a capturar y matar a los asesinados de su amada, arrancándoles el corazón, lo que le valió el apodo de ‘El Cruel’.
5. Monasterio de los Jerónimos. Es un imprescindible de Lisboa. Situado en el barrio de Belém, el Monasterio de los Jerónimos es obra del arquitecto Juan de Castillo, que diseñó un templo religioso dedicado a la orden homónima a partir de un estilo manuelino que consiguió ser declarado Patrimonio de la Humanidad en 1983. En él se encuentran las tumbas de Vasco da Gama, Luís de Camões y Fernando Pessoa.
Según cuenta la historia, fue precisamente un monje de este monasterio quien transmitió la receta de los famosísimos pastéis de Belem a los dueños de la Antiga Confeitaria, allá por 1837. Se rumorea que solo cinco afortunados conocen el preciado secreto, y que éstos no pueden viajar juntos en avión o en coche.
6. Palacio da Pena. En la freguesía de São Pedro de Penaferrim, en Sintra, se encuentor uno de los monumentos más espectaculares (y fotografiados de Portugal). Emplazado sobre dos grandes peñascos, el Palacio da Pena se erigió en el siglo XIX como residencia real, conjugando una explosión de color y una mezcla de estilos arquitectónicos que le hacen presumir de ser uno de los más bellos de Europa a pesar de su juventud. Contribuye a ello su entorno, el de la Sierra de Sintra junto a un jardín botánico en el que conviven miles de especies procedentes de todos los rincones del planeta.
Entre sus rincones más insólitos resalta la peculiaridad de la Casa de Fresco, un patio de palacio dedicado al más puro estilo musulmán donde los reyes iban a tomar el fresco. La curiosidad de éste es que en las paredes se colocaron pequeños orificios por donde salía el agua para refrescarse, pero también con el objetivo de que las mujers se levantara las faldas y los hombres pudiesen ver sus partes íntimas.
7. Torre de Belém. La Torre de Belém ha tenido todos los usos habidos y por haber. Obra de Francisco de Arruda y Diogo de Boitaca, se edificó en el siglo XVI como construcción militar y uno de los ejemplos más representativos (y famosos) de la arquitectura manuelina. Cuando dejó de servir como defensa de invasores piratas en la entrada del estuario, se utilizó como cárcel, faro y lugar de recaudación de impuestos para ingresar a la ciudad.
Uno de los adornos más retratados de la Torre de Belém es un rinoceronte de piedra. Este detalle representa el regalo que le hizo Alfonso de Alburquerque al rey Manuel I, a quien envió este animal junto a un elefante que le había hecho llegar un zar de la India. Las dos especies llegaron a Portugal en 1515, dejando a todos los públicos asombrados y creando una gran expectación que llegó al mismísimo Vaticano. Incluso el papa León X quiso conocerlo y el rey portugués preparó una comitiva para llevarlo hasta el país religioso que, lamentablemente, naufragó ocasionando la muerte del rinoceronte. Para inmortalizarlo se creó la figura de piedra que hoy luce la torre.