Inicio / Cultura / Un rayano de cine
Por Esmeralda Torres
21 June 2018
Lápiz, pincel y color. En tiempos donde el Ilustrador y las impresoras láser aún no eran ni proyecto, la imaginación y la pintura eran las únicas herramientas de los cartelistas. Sin ver la película, se les encomendaba la tarea de dar forma a un reclamo que llevase al espectador a sentarse en la sala de cine. “Era arte”, y como obras, Tomás Berrocal las ha ido coleccionando y archivando en su ajuar más preciado. El mismo del que se ha hecho eco la Filmoteca de Extremadura, y al que ha accedido para conmemorar el décimo quinto aniversario de la institución.
La pasión de Tomás por el cine es intrínseca a su ADN. “Mi padre fue exhibidor, y después lo fui yo”, cuenta con una sonrisa orgullosa y sincera. “Empecé de niño, primero estando en el cine y viendo películas y después poniéndolas”. Pero lejos de una rutina laboral, el cine ha sido un auténtico ocio para esta familia. De ahí que “un buen día” -como él mismo define a esos inicios- descubriese cada cartel que había ido guardando su progenitor. “Tenía 14 años cuando se empezaron a amontonar carteles en casa”, señala. Y le gustó tanto la idea, que adoptó el hobby. Uno detrás de otro, en orden cronológico de proyección. “No te puedo decir ni cuántos hay, son muchísimos; ¡son veinte años””, exclama entre carcajadas. Explica que las películas americanas llegaban a los cines españoles con una cartelería que después había que devolver. “Lo que era las fotos de la película eran cartones con los que se envolvía y cerraba el paquete para devolverla”, detalla. “Por eso se han conservado tantos carteles, porque había que utilizarlos como material de envoltorio”.
El hecho de tener que devolver algunos no fue obstáculo para que Tomás enriqueciese su propia colección. Al frente del Teatro-Cine Luis Rivera en Valencia de Alcántara desde finales de la década de los sesenta hasta 1987, cuando fue derruido “no porque no fuese una actividad de negocio, que cuando se cerró se programaban seis funciones diarias y había público para llenar la sala”, ha proyectado una larga lista de películas. Y recibido una larga lista de carteles que hoy alcanzan el millar. “Ya llevo muchos años digitalizándolos. Fotografiándolos, registrando los datos de quién lo hizo, la época en la que se diseñó el cartel y en la que se creó”. Una laboriosa tarea a la que el cinéfilo dedica todo el tiempo libre que su día a día le permite. “Un fin de semana cojo y digo, voy a sacar esta bolsita y a ver qué me encuentro. Es un disfrute”.
La firma de MAC
Uno de las firmas más admiradas por Tomás es la de Macario Gómez Quipus. Más conocido como MAC, este cartelista catalán diseñó más de seis mil carteles cinematográficos para unas dos mil películas. Muchas de ellas, de carácter internacional. “El de Los diez mandamientos, quizá, fue uno de los más fuertes suyo, uno de los que les llevó al universo cinematográfico internacional”, considera el vecino de Valencia de Alcántara.
Por esta admiración no dudó en elegir una treintena de carteles con su logo, diseñados entre los sesenta y los ochenta, de todos los estilos y todos los géneros cinematográficos, para la primera exposición que conmemorase las quince primaveras de la Filmoteca de Extremadura. “David [Garrido], el director, ya conocía mi colección de carteles y me comentó que tenía interés en adecuar un espacio para la exposición de carteles”, anota. “Después me volvió a llamar para decirme que ya tenía aquello listo y que quería incluir la muestra dentro de los eventos que estaban preparando para conmemorar el aniversario”. Así, esta selección de carteles cinematográficos, procedentes de un ajuar rayano, podrá verse en la Filmoteca de Extremadura hasta finales de este mes. “El día que se presentó quedó muy vistoso y hubo bastante aceptación”, puntualiza humildemente Tomás.
Para el también autor del libro Hoy en dos sesiones sobre la historia del Teatro-Cine Luis Rivera de Valencia de Alcántara, esta exposición es toda una satisfacción. Su discurso demuestra cuánto sabe, y ama, el arte del cartel. “En España no se empezó a desarrollar hasta que no apareció el cine sonoro, en los años treinta”, cuenta. “Pero no fue hasta partir de los cuarenta, o incluso cincuenta, cuando España vivió la época de oro del cartelismo”. Él mismo detalla cómo se elaboraba un cartel en aquellos tiempos. “Lo hacían todo a mano, con pintura y en base a tres elementos”, apunta. El primero, el retrato de los protagonistas, “que es lo que atraía al espectador”. El segundo, “una escena que solían poner en la parte de abajo” y que imaginaban con tan solo leer la sinopsis del film. “No veían la película y, según cuentan, tampoco les gustaba verla”, subraya. Y por último, completando, el rótulo. “No tenía nada que ver con el tipo de cartel que hoy se hace”.
Y es precisamente esa fascinación por el séptimo arte lo que le ha llevado a mimar el cine, y, lo más importante si cabe, a enseñar a quererlo. “El exhibidor tiene que transmitirle al público lo mismo que uno siente. Yo voy a poner una película que deseo ver y que quiero que la gente vea, y esa sensación, ese deseo, tiene que llegarle al espectador”, asevera. “Y si llega al espectador, sea un pueblo grande o sea un pueblo pequeño, evidentemente ese cine funciona”.