Inicio / Turismo / La riqueza natural y rupestre de la cueva de El Buraco
Por Esmeralda Torres
17 April 2018
El hallazgo de la cueva de Altamira en 1868 desató el interés de estudiosos de todo el mundo que acudían a España reproduciendo pinturas prehistóricas. También el turismo cultural en torno al arte rupestre. Pero, mientras que todo esto sucedía en el norte de la Península Ibérica, a casi 700 kilómetros la humanidad mantenía viejos rituales de culto alrededor de unas viejas pinturas que guardaba un abrigo rocoso: las pinturas de la cueva de El Buraco, riqueza natural y rupestre de La Raya.
“El único secreto que guarda El Buraco es que se conoce desde hace tiempo”, afirma humildemente el Agente de Desarrollo Local (ADL) de Santiago de Alcántara, Cándido Flores. Natural de Valencia de Alcántara y vecino de la localidad que acoge en su término municipal esta cueva explica que tanto Santiago de Alcántara como Valencia de Alcántara y San Vicente de Alcántara poseen pinturas de la misma importancia, “solo que no se conocían y se han empezado a descubrir hace unos años”.
Aún así, la cueva de El Buraco es el rincón rupestre por excelencia de la comarca. Goza de privilegios que el resto de abrigos rocosos no poseen, como su conocimiento y adoración constante a lo largo de la historia. Y es que el culto en la cueva se ha mantenido desde sus inicios hasta los años 80. “Existía la costumbre en el día de Todos los Santos, un día de fiesta pagano cristianizado, de subir a la cueva y hacer fuego dentro hasta que saliese una bocanada de humo”, cuenta el ADL. Un hecho que identifica el ritual vivo del fuego como elemento de purificación en el inconsciente colectivo desde hace 5.000 años. “Se siguió manteniendo que era algún sitio sagrado o de culto”.
Fue a partir de la década de los ochenta cuando los historiadores comenzaron a interesarse por estos frescos, especialmente los arqueólogos Primitiva Bueno y Fernando Carrera. Ello llevó a la prohibición de esta tradición y la limpieza de estas pinturas, que afortunadamente se conservaron en buenas condiciones bajo la cama de pavesas.
Otro de las peculiaridades que determinan los vestigios rupestres de la cueva de El Buraco como extraordinarios es su ubicación. “Se encuentran en un sitio destacado, a 603 metros de altitud” – apunta Cándido -“es uno de los puntos de referencia territorial, visible, predominante”. Ello lleva a que, a pesar de cierta lejanía, pueda identificarse desde los alrededores. También por la profundidad de la misma, que se adentra 13 metros en la montaña facilitando la opción de albergar más dibujos, “especialmente en los paneles más exteriores, los que se sitúan a la derecha”.
Una escritura indescifrable
A pesar de todas estas singularidades, a Cándido no le gusta idealizar estas pinturas. Una postura que justifica en la teoría de que todas pertenecen a un mismo conjunto al que añade grabados en las riberas. “Seguramente la gente que construyó los dólmenes grabó esos lechos de los ríos marcando no sabemos qué”, sostiene.
Pero lo más reseñable de su hipótesis es que considera que este conjunto pretendía transmitir un mensaje lamentablemente indescifrable en la era actual. “No deja de ser un mensaje escrito en un lenguaje que hemos perdido en la historia y que a día de hoy no sabemos interpretar”, considera. “En palabras de Primitiva Bueno, una escritura arcaica o antigua de la que desconocemos cómo se traducen sus caracteres”.
Para descubrirlas, el ADL lo tiene claro. No duda de que la mejor forma de llegar hasta ella es a través de una ruta senderista que recorra el entorno en el que fueron concebidas. “A mí me gusta conocerlas disfrutando del marco, en este caso donde se pintaron, el paisaje. Primero, documentarse un poquito para saber qué es lo que estás viendo y, después, acceder disfrutando de lo que explica”. Y no hay mejor época para ello que la que se aproxima: imperdible.