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29 Mar 2024
RAYANOS

'Flanear' en Évora

21 November 2018

'Flanear' en Évora

Fue el clima pausado, la calidad de vida de esta ciudad, en mi niñez y mocedad, lo que determinó en gran parte la formación de mi carácter

Nací en Évora, esa vieja ciudad amurallada en tres culturas: la romana, la árabe y la cristiana. Aquí el silencio y el recogimiento, casi místico, se mezclan con el movimiento típico del comercio y de los servicios administrativos de una capital de distrito. Creo que esta combinación se me metió en el alma nada más nacer y no dudo de que, aparte de otras circunstancias, fue el clima pausado, la calidad de vida de esta ciudad, en mi niñez y mocedad, lo que determinó en gran parte la formación de mi carácter.

Siempre la conocí turística, incluso antes de la locura (hecha panacea) del turismo. Recuerdo muy bien cuando logró el estatus de Patrimonio de la Humanidad. También me acuerdo perfectamente de cuando vino Isabel II de Inglaterra y como se fregaban muchas de las pintadas revolucionarias de un pueblo unido jamás será vencido.

Ya no hace forma de mi día a día como antes, en esa época en que me enamoré de Cesário Verde y recorría la ciudad imitándolo, sin genio poético, pero con Évora como musa. Tampoco vuelvo con la frecuencia que me gustaría, pero siempre vuelvo. No residir allí no me impide de habitarla y, si puedo, flanear. Aprendí de Assis Pacheco esta palabra, del francés flanêr. Va más allá del caminar. El caminante no tiene destino, va sin rumbo, sin nada ni cosas con las que se preocupe.

 Hoy, si me obsequia con su compañía, flaneemos juntos. Tal vez nos perdamos por un recorrido antiguo, quizás nos alejemos del interés turístico de primera clase o low-cost. A lo mejor iremos por caminos llenos de inutilidad y donde, seguro, está prohibido el multitask impuesto por el cotidiano. Empecemos.

Le invito a una bica en una plazoleta de mi barrio, el Bairro de Nossa Senhora da Saúde. En realidad, no tengo ni idea como se llama, y corriendo el riesgo de ser linchado por lo socialmente correcto, la llamamos Largo das Pichas Murchas. Qué pena que ya no saludamos a Ti Zé, se fue al otro barrio rozando los 100, pero las conversaciones y las partidas siguen dignamente con gente igual de mayor pero que cada vez usan menos la boina alentejana.

Sigamos por debajo del Ponte de Ferro. Ya no pasa el comboio (el Alentejo es como Extremadura, sin tren) pero tiene una ecopista que nos lleva sanamente más allá de Arraiolos. Caminemos en dirección al casco antiguo. Aprovechemos para hundir nuestros pies en las hojas de los plátanos, darle patadas infantiles, olvidando alergias y simplemente oliendo el otoño. Entremos por el fondo de la Rua de Machede. A nuestra derecha tenemos un discreto baluarte de la muralla nueva. Por detrás, en la rotonda, está el monumento de los bomberos, y mi antiguo instituto, algo que siempre me alegra de ver al llegar a Évora.

Subamos para arriba, pues para abajo es imposible. Si nos entra hambre o, en mi caso, alguna nostalgia de pan portugués, entremos en el Lavrador y comamos una tosta mista. Al lado estarán un par de estudiantes desaparecidos del Colégio do Espírito Santo, recuperándose de la juerga de la noche anterior. Algunos visten el traje negro universitario, bonita tradición siempre y cuando no le sube a cabeza la ilusión indumentaria de poder y se transformen en murciélagos idiotas, gritando y haciendo novatadas apodadas de integradoras.

Más adelante, un poquito antes de Portas de Moura, fijémonos en el pequeño Jardim do Bacalhau. Un eborense siempre identificará primero su forma de bacalao y solo después se preocupará en saber su nombre de verdad. Habría que preguntar si, por estos pagos, sigue abierto el alfarrabista, esa preciosa palabra que se traduce por tienda de libros de viejo.

Parémonos y sentémonos un rato en la fuente de Portas de Moura. Es del siglo XVI, pero a las palomas les da igual y la contemplación puede terminar con alguna imprevista evacuación aérea. Estamos al sur y nuestros pasos ignoran el GPS o Google Maps. Es imposible perderse en Ebora Libaralitas Julia, pues su tradición romana evoca el refrán quien tiene boca se va a Roma.

Si fuese verano una mini Sagres nos calmaría la sed, pero empieza el frío y huele a castañas. Persigamos su olor y disfrutemos de los árboles del Largo da Misericordia. Por la noche, si estamos en Navidad, se iluminan. Todos los años da que hablar a la gente, si el ayuntamiento debería, o no, gastarse más en el alumbrado navideño.

De camino a la plaza, debaixo dos arcos está el quiosco del Sr. Joaquim y de D. Esmeralda. Echemos un vistazo a la prensa internacional. Los periódicos españoles llegan con un día de retraso, pero todavía llegan y dan de comer a los dueños de este pequeño negocio.

Llegando al centro, a la Plaza de Giraldo, compremos las castañas, añadiendo al olor el sabor de este fruto del otoño. La Fonte Henriquina, la Igreja de Santo Antão, la Sociedade Harmonia Eborensese quedarán atrás. Vayamos en dirección al Largo Luís de Camões. Cualquier espíritu bricolero exige que entremos en Drogaria Azul para comprar algo que no hace falta, pero puede hacer. Justo en frente, del otro lado de la calle, se ve al Sr. Ernesto en su Pronto-a-vestir. Salúdemoslo.

Me gusta tocar las paredes. Estas son de piedra, granito, y me imagino los siglos de manos que le han tocado. Flanear exige que nos olvidemos del pasado, del futuro, y nos abandonemos en el presente. El mío necesita abrazos. Por eso sigamos, caminemos despacio, miremos a la izquierda al Teatro Garcia de Resende (algún día le contaré mi carrera frustrada de bailarín) y, bajando la Rua da Lagoa, tenemos una cita con dos muñecos de Playmobil de tamaño real. Estamos en la tienda de juguetes Neroca y le presento al propietario y mi gordito favorito: Rui. Me gustaría presentarle a Andreza pero está ocupada cuidando de la visión de la gente en Oculista Carrilho. Otro día.

A los afectos deberíamos dedicarle más tiempo. Siempre hay la excusa del reloj, del horario, de la distancia, de los niños. Yo soy el primero en decir mea culpa. Sin embargo, y en el contexto de vivir en dos husos horarios, siempre intento poner las pilas de mis relojes en la tienda del Sr. Cabeça. Aquí se pueden comprar los básicos Casio, esos que, desde la infancia, sobrevivirán al apocalipsis.

Sigamos bajando por la calle. En estos tiempos de absolencia programada, Évora sigue con la misma fuerza de antaño. El horizonte nos trae el Aqueduto da Água da Prata. Puesto que llegamos a las afueras de la ciudad, lo llevaré a un sitio que solo conozco por fuera, el Mosteiro da Cartuxa. No nos dejarán entrar. Es un templo de silencio y los monjes cartujos predican con el ejemplo. Nosotros nos quedaremos con el silencio entre cada latido de nuestro corazón.

Recuperado el movimiento, nuestro camino sigue hasta el Alto de S. Bento. Virgilio Ferreira lo inmortalizó en su novela existencialista Aparição. Desde aquí no se contempla solo la ciudad, se ve la Serra de Arrábida, se entrevé el mar, y se alcanza España. Yo veo parte de lo que fui y de lo que soy. Un pesado, reconozco. Un insufrible feliz por haber disfrutado de su compañía en este flanear por mi ciudad. Hasta cuando le apetezca. Aquele abraço.

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