Aún quedan resquicios de esa ganadería extensiva de razas autóctonas, que aprovecha los pastos de invierno en el sur y los de verano en el norte.
En la calleja de “El Granaino”, se emplaza el taller de un artesano, el aula de un maestro y el refugio de un pastor. Silvestre es leyenda viva de una época en la que el pastoreo consistía en seguir el ritmo marcado por la naturaleza.
A pocas semanas de que se celebre la segunda edición de la Fiesta de la Transhumancia en Herreruela (https://rayanos.com/reivindicacion-y-homenaje-de-la-transhumancia-en-herreruela/),
Silvestre Rino abre las puertas de su pequeño templo y se pone a disposición de aquellos que se acercan ávidos de historias entrañables, de buscar porqués a sus creaciones, esas piezas de cuero, asta, metal o madera que su imaginación plasma en un viejo cuaderno para posteriormente materializar con sus manos. “Yo aquí paso muchas horas y es que necesito estar solo para plasmar mis ideas, jamás hago dos piezas iguales. Cada pieza es fruto de la inspiración del momento”, relata con una serenidad y una satisfacción que relaja al que lo escucha.
Mayor de siete hermanos, se vio obligado a comenzar a trabajar haciendo la trashumancia con tan solo 14 años, “la primera noche que pasé a la intemperie en las sierras leonesas no paré de llorar” dice mientras la emoción se refleja en su rostro. Al preguntarle si lo recuerda con pena, se rebela y, con tono firme, asegura: “Me siento orgulloso de lo vivido. Me ha tocado pelear mucho y de esa pelea he sacado muchas lecciones”. Y es que viendo sus creaciones y escuchando sus relatos se evidencia que ha vivido tanto, tantas experiencias, que ha convertido la necesidad y la lucha contra los obstáculos vitales en un verdadero arte.
Nace un 23 de junio de 1935, “a las tres de la tarde, con “to la caló” dice sonriendo. Tarde de los Tomillos en su Herreruela querida, la tarde en la que Carlos Gardel cantaba su último tango. Parece que en él nada es casualidad, ni el día en que nació, ni sus expresiones que meditadamente dejan el castellano para coquetear con el castuo, ni tampoco ese sosiego dentro de un aparente, sólo aparente, desorden.
“Embarcábamos en la estación del Casar de Cáceres y por la Vía de la Plata llegaban a su destino, la estación de Valcabado, entre Zamora y Benavente. Una vez allí, había que caminar durante varios días hasta el Puerto Pajares. Mi primer destino fue Pendilla de Arbas, provincia de León.” dice Silvestre, o Silva como dice que le llamaban. “Hoy hay un coche para repartir lo que antes cargaban los hombros de los pastores y los teléfonos permiten que haya comunicación siempre, no tiene nada que ver ya” ,no cabe duda que han cambiado demasiadas cosas desde entonces, ya no se embarcan ovejas como antes y ya no tenemos tren en la Ruta de la Plata.
De su relato se desprende la perspectiva del pastor trashumante como una figura con una asombrosa capacidad de adaptación al medio, o quizás una extraordinaria capacidad de adaptar los recursos a las necesidades y obstáculos económicos, sociales y naturales. “allí curabamos a las ovejas con cenizas y con hierbas loberas cuando sufrían ataques de los depredadores y, muchas veces, comíamos harina de maíz con la leche de las cabras” recuerda Silvestre.
Que nadie caiga en el error de confundir la sencillez del protagonista de este relato con la incultura, la vulgaridad o la tozudez. Silvestre, como muchos otros pastores de antaño, es un señor que ha vivido, ha viajado, ha leído y ha desarrollado una destreza creativa que se evidencia en todo lo que hace. La soledad del pastor es un elemento que muchos de ellos pusieron en valor, dedicándose a fabricar sus propios aperos, a leer o a aprender a leer, a escribir, … “con 16 años me empecé a comprar libros de Gabriel y Galán que me leía en las largas noches en el chozo. Seguro que no conocéis esa poesía que dice:
Deja la charla, Consuelo,
que una moza casadera
no debe estar en la era
si no está el sol en el cielo…
Recita versos de Gabriel y Galán de memoria, cita a Lope de Vega, Quevedo e incluso hace referencia a las Novelas de Torquemada del gran Benito Pérez Galdós. Boquiabiertos queda a todos, mientras continúa buscando el último bolso de piel que ha hecho para mostrarlo.
Noches largas en el refugio vigilante ante la posible visita de los lobos, horas en la montaña echando pulsos a la climatología, la paz del rebaño es el objetivo. Con esos barros se moldea la personalidad de un pastor, de alguien que no traduce el tiempo en los términos de productividad que imponen los nuevos modelos económicos, en realidad es como si su día tuviera más horas que el del resto de los mortales, habla con una paz que se contagia y da el compás perfecto a lo que hace, sin escatimar en recursos. El tiempo no es una variable a tener en cuenta. “La pacencia es una virtud necesaria en la vida” sentencia.
El exquisito respeto al medio que le rodea y, por supuesto, a los que le rodean es la seña de identidad de aquel pastor trashumante que, siguiendo los ciclos naturales de los pastos, pateaba las vías pecuarias, tenía el cielo por techo y la fortaleza del ingenio como mejor herramienta.
“Que nadie olvide que fue un pastor el que hizo frente a los romanos en la península, el verdadero líder de la resistencia. Un tal Viriato, lusitano para más señas” finaliza Silvestre Rino.